Falsa alarma. De momento, lo que escriba no será expuesto tan alegremente en la red. Prefiero difundir los versos de un conocido poeta que me gustaron mucho en su momento. Los intenté encontrar, sin éxito, a través de un también conocido buscador pero al final los encontré garabateados de mi puño y letra en una vieja agenda universitaria (de primer año, si no yerro). Son estos:
Se nubla;
¿Es que la luna se deshace en neblina?
Oh, qué tristeza...
Todo queda sin sentido.
¡Qué pequeño es el bosque!
¿Y las sombras?
¿Y aquél sinfín de sueños de cristal de lo infinito?
Entre las dos orillas de arenas sin verdores
Cuán pobremente se ilumina el oro del río...
Es un oro que surte de un borde gris de nube,
Que casi no es luciente, ni dulce, ni amarillo...
¿Ha habido un cielo con estrellas?
¿Una tarde morada y verde de comienzos de estío?
¿Subió una luna alegre, desnuda y encendida,
por una transparente atmósfera de lirios?
La voz que surge da, sin eco, y cae, ruiseñor muerto:
¡Pobre suspiro! Te creíste mariposa de luz y color
y eras plomo, eras tierra, eras nada....
¡Qué frío!
Se ve dónde se esconden los pájaros
¿Secretos? ¡Ya no hay secretos! Ha concluido lo divino:
estamos aquí todos entre cuatro paredes sin saber qué hacer
ni a qué hemos venido...
¡Triste es la vida y seca!
Invierno sin salida, viejo, ciego y cobarde...
¡Qué pequeño es el río!
El río aquél de las tardes de primavera, suntuosamente plateado
y amarillo.
sábado, 24 de enero de 2009
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